sábado, 8 de agosto de 2015

SEÑOR TOMA EL CONTROL DE MIS LABIOS...

Señor toma el control de mis labios...

Señor, estoy enojado con mi esposa(o)…
Y no me es fácil decir cosas bonitas o consoladoras cuando
tengo el corazón herido, humillado, fastidiado y triste.
Mi corazón es imperfecto y sólo tu amor puede llenar este vacío que ahora tengo.
Por favor pon quietud y paz en mi alma para que pueda pensar con sabiduría.

Ayúdame a verla(o) como tú lo haces, ayúdame a amarla(o) como tú la(o) amas.
Ayúdame a ver lo que ella(él) será dentro de tus bellos propósitos y no a
conformarme con ver sólo lo que mis ojos humanos e imperfectos ven en este momento.

Ayúdame a hacer morir el orgullo para perdonar y pedir perdón por mis errores. Perdóname Señor porque entiendo que ambos somos responsables de esta discusión. Ayúdame a ver lo que estoy haciendo mal, muéstrame en que debo cambiar o mejorar.

Señor, toma el control de mis labios, para decir cosas que vengan de ti. Para decir palabras que restauren, consuelen, animen y sanen. Ayúdame a hablarle bien aun cuando no tenga ninguna recompensa visible, aunque ella(él) intente herirme de nuevo con sus palabras o proceder con indiferencia,  tome Ud. el control de mis labios y de mi corazón para no hacer lo mismo.


Restaura nuestra relación y perfecciona nuestro amor, pongo en sus manos este día confiando en que todo ayuda para bien y de que Ud. tiene el control de todo. Gracias por su tiempo y por su amor. Amén.


martes, 4 de agosto de 2015

EL DIVORCIO NO ES LA SOLUCIÓN...

Recuerdo bien aquella tarde de verano, mi esposa y yo estábamos en un punto en el que el futuro como pareja pendía de un hilo muy frágil. Ambos arrastrábamos heridas emocionales y de alguna forma buscábamos la oportunidad de hacernos nuevas heridas. ¿Cómo es que llegamos hasta aquí? – me preguntaba, ¿acaso el orgullo era más poderoso que el amor? Necesitaba hablar con ella acerca de nuestra relación, ella no quería… Sin duda mi presencia aún le causaba dolor y alguna especie sutil de amargura. 
Le dije: “Hablemos esta noche y te prometo que la semana que viene me regreso a mi país…” Ella no quiso… A pesar de que sus ojos denotaban cierta duda, su decisión, influenciada por el orgullo, era firme. No era para menos.
Ese tonto orgullo, ese que a menudo separa dos almas que se quieren, ese que quebranta la voluntad de amar y dar lo mejor de sí sin pensar en la retribución o la recompensa, ese orgullo  que no aporta nada, ese que muchas veces solemos confundirlo tontamente  con “dignidad”, también anidó en mi cabeza.

La dejé hablando y caminé por las calles de aquella tarde soleada, sin un rumbo definido. Sólo quería estar a solas, escapar de allí, ordenar mis ideas, solo deseaba un instante de soledad. Casi siempre la carga de mis problemas lo he llevado solo, pero ahora necesitaba alguien con quien hablar, en ese entonces no tenía amigos en este país, ajeno y familiar a la vez. Sin embargo, sabía que Dios me veía, podía sentirlo. Traté de caminar fingiendo no notarlo, como si pudiera escapar de su mirada… La sensación era tan fuerte que le confesé lo que Él ya sabía. Me sentía triste, enojado, frustrado y hasta confundido. “Necesito que me hable Señor, sólo dime algo, cualquier cosa, necesito saber que no eres ajeno a mi dolor, quiero escucharte, dime que es lo que debo hacer…”
En algún momento se tocó el tema del divorcio con ella. Sin embargo, vengo de un hogar estable, mis abuelos compartieron sus vidas juntos hasta el final, mis padres están juntos, y aunque tuvieron ciertas discusiones como en toda pareja, jamás recuerdo que la palabra divorcio se haya mencionado siquiera. No quería ser yo quien rompiera esa tradición. Pero por sobretodo, soy testigo de las enormes heridas emocionales que quedan en los hijos cuando la incapacidad de resolver problemas de los padres se sobrepone a la búsqueda de la armonía y el bienestar de la familia. Mi esposa pasó por eso cuando era niña y no quería que mi hijo pasara por eso también. De alguna manera las cadenas tenían que romperse.
“Señor” – le dije mientras caminaba. “No me gusta la idea del divorcio, pero si ella lo quiere yo estoy dispuesto a dar un paso al costado”. “Tú la amas más de lo que pudiera hacerlo yo y sabes lo que es mejor para ella”. Sólo te pido que la salves, ella está alejada de ti también, no permitas que muera en pecado, dale una oportunidad para que te busque y te siga…”
Parece irónico que le haya hablado así a Dios, sé perfectamente que a Él no le gusta el divorcio. Pero en ese momento mi frustración era tan grande que hablé lo que en ese momento sentía en mi corazón. Sólo quería consuelo y dirección.
Mi necesidad de que El conteste mis palabras era enorme, me sentía vacío y deseaba tanto que sus palabras llenaran ese vacío y diera descanso a mi alma tan agitada en ese entonces. Caminé sin rumbo por las calles buscando una iglesia, quería hablar con algún pastor o líder de iglesia, buscaba un consejo. No hallé ningún templo abierto, así que solo caminaba tratando de darle sentido a mis ideas, el sol se ocultaba y la noche estrellada hacía su aparición reestrenando una belleza que mi corazón se negaba a contemplar en ese momento…
   Ya era noche y por fin encontré una iglesia. Solicité por el pastor principal y me atendió un hombre de mirada paciente y afable, trajo dos sillas al patio y nos sentamos a charlar. Como todo buen consejero me dio algunas instrucciones y oró por mí y por mi familia. Habría pasado como unos 20 minutos y entonces me dijo: “Hermano, mi yerno es pastor también y ha venido a visitarnos por fiestas navideñas, así que le pedí que dirigiera los cultos esta semana que está con nosotros. Dentro de unos minutos empezará el culto de esta noche ¿por qué no pasa?, escuche la Palabra de Dios, será bueno para Ud.” Así lo hice.
   Dentro del templo un joven pastor daba el mensaje, era sábado y el culto estaba dirigido a los jóvenes de la iglesia. Muchachos y muchachas adolescentes con ganas de servir al Creador, eso siempre me ha sido digno de admirar. El culto fue bonito, las alabanzas también. Sentado al último, sentía una relativa paz y aún con todo no deseaba regresar a casa…
   Entonces sucedió algo que marcó mi vida y el inicio de la restauración de mi matrimonio. El pastor pidió que nos paráramos para orar y terminar el culto. Se dirigió a nosotros y cuando iba a hablar, su expresión cambió… Nos miró a todos como si tratara de buscar a alguien y a la vez no saber a quién, y dijo: “Tenía pensado decirles algo diferente pero el Espíritu Santo me dijo que hablara otra cosa… Uno de ustedes ha estado pidiendo a Dios consejo sobre una situación difícil en su vida. Dios tiene un consejo y una respuesta para ti y es esta… El  divorcio no es la solución…
   Sentí como un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo, estaba emocionado no tanto por el contenido de la respuesta – los cristianos sabemos que el divorcio no es la solución a los problemas de pareja – sino porque el autor de esa respuesta había estado conmigo, a mi lado en ese momento tan difícil. Él mantuvo su promesa y su intención de ayudarme y orientarme. Estaba emocionado porque me habló y esa palabra llenó mi corazón por completo.
   A la fecha, Dios ha restaurado gran parte de nuestra relación matrimonial, aún estamos en un proceso de crecimiento y fortalecimiento. No es fácil, el amor hay que regarlo como se riega a una pequeña planta para evitar que se marchite. Dios me dio instrucciones sencillas y precisas que descansan sobre principios tan importantes y a la vez tan olvidados por los seres humanos.  El me dijo: “Amala, ora por ella y batalla espiritualmente por tu matrimonio.”



   Esa tarde aprendí, que si uno quiere realmente un buen consejo debe refugiarse en el amor y la sabiduría de nuestro Padre Celestial. La experiencia, los estudios y la buenas intenciones de terapeutas, consejeros, amigos y familiares quedan cortos cuando se compara con la fuente de la toda la Creación. En muchos casos esos “consejos” nos llevan a una situación peor a la que estábamos y nuestro corazón queda aún más vacío que antes. La experiencia humana jamás podría compararse a la sabiduría divina. Es como comparar una gota de rocío con la inmensidad del océano.
     Esa tarde aprendí que el orgullo es una medida fácil para justificar la incapacidad de afrontar y resolver problemas. Es una careta, un antifaz que a menudo intenta ocultar el deseo genuino de amar y ser amado. El orgullo debilita la voluntad de luchar por los seres que amamos y es una puerta importante que conduce a la desesperanza, el deseo de venganza y la amargura. Y si el orgullo egoísta es tan malo, ¿por qué permitirle que eche raíces en nuestro corazón?
   Esa tarde aprendí que pese a que tus problemas evidencien un desenlace indeseado, un final doloroso o un destino fatal, siempre emerge una luz de esperanza para afrontar o cambiar tu situación. Dios no sólo se interesa por ti y tu alma sino que como Padre se complace cuando, en su voluntad, las cosas te salen bien y así mismo su corazón se rompe con aquellas situaciones que rompen el tuyo.
    Cuando Dios extienda su mano para levantarte, ten la fe y la valentía de tomarla, sólo él te ayudará a encontrar las soluciones más sostenibles y duraderas.

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” Jer 29:11

domingo, 30 de enero de 2011

¿EL AMOR PUEDE ACABARSE?

 “A Prueba de Fuego” exitosa película de los hermanos Alex y Stephen Kendrick, muestra una escena donde un anciano padre trata de aconsejar a su hijo (Caleb) acerca de qué hacer y cómo hacer para restaurar su matrimonio ya que la relación estaba muy dañada y ambos estaban al borde del divorcio. Su hijo, por supuesto, no estaba dispuesto a tomar la iniciativa de comenzar la restauración. A menudo responsabilizamos a  otras personas de las circunstancias negativas o dolorosas que nos pasan, eso le pasaba también a Caleb pues pensaba que la única responsable de esa situación era su esposa.
En medio de la discusión Caleb replica a su padre:
“¿Cómo es posible que se pueda amar a alguien, una y otra vez, cuando siempre, siempre, siempre no hace más que rechazarte?”
Su padre, recostado sobre el madero de una cruz, le dijo: “Interesante pregunta…”, “La respuesta es: No puedes amarla, porque no puedes dar lo que no tienes…”



Allí Caleb se dio cuenta de que sólo el amor de Dios es capaz de amar en esa manera tan profunda, y es Dios mismo quien desea tanto poner esa dimensión de amor en el corazón del hombre para poder amar de la misma forma que Él ama.
El amor no se trata de una recompensa, el amor es una decisión consciente de amar al alguien se lo merezca o no.
Cuando Dios dice “Ama…”, no espera a que nazca el sentimiento de amar para que recién decidas hacerlo, el amor, así como el perdón, es un mandato de Dios, y es una decisión consciente por parte tuya. Se ama porque se ama, no hay una razón para hacerlo.
Es difícil demostrar amor cuando sientes poca o ninguna motivación. Sin embargo, el amor en esencia no se fundamenta en los sentimientos sino en la decisión consciente de hacer actos considerados aunque parezca que no haya ninguna recompensa.



Si queremos volver a experimentar el sentimiento de amor intenso, aún más profundo que la “etapa inicial de enamoramiento”, entonces debemos aprender a amar no con un amor basado en qué es lo que sientes, sino en la capacidad de tomar la decisión de amar. Si amas por obediencia a Dios y por la simple decisión de entregar lo mejor de ti de manera sincera, entonces el sentimiento del amor llegará a tu corazón. Las emociones, las sensaciones y los sentimientos son meras consecuencias de una decisión genuina de amar.
En tus momentos de intimidad con Dios pídele que su amor sea derramado en tu corazón para que aprendas a amar como Él lo hace. El amor jamás se perderá… Dios te bendiga.
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca dejar de ser...” (1ª Cor.13:4-8).

martes, 25 de enero de 2011